jueves, 18 de noviembre de 2010
Alirio Diaz
En qué edad andaría yo cuando eche mano al cuatro? Sin duda, debí andar flotando por sobre las vaguedades de los sietes y nueve años, cuando ya tocaba ese instrumentos y aprendí a solas un popular valse venezolano,” El ausente”. Pero antes, a lo largo de mi infancia, varios factores del vivir de mi familia hubieron de contribuir afirmativamente a conformar esa sensación musical infantil, aunque los puedo comprender y explicar acudiendo únicamente a la imaginación y la tradición. Aprendí “El ausente” de oído, a fuerza de escucharlo durante los tres días que duraban las fiestas patronales de la Candelaria, interpretado por la banda “Lara” de Carora en las retretas, en los bailes y en la pulpería de mi padre. Pero el hecho de que lo tocase solo en el cuatro, un instrumento que ere entonces esencialmente acompañante y nunca melódico, quizás revelaba que mis instintos musicales estaban más atraídos por la melodía que por el rasgueo tonal. Imitaba cuanto hacían en el cuatro mi hermano Atanasio y Don Chepe Riera. En uno de mis encuentros con este ultimo me desafío a modo de broma “Vamos a ver si eres capaz de tocar esto”. Y se puso a tocar “La mula rucia” haciendo uso solamente del dedo índice de la mano izquierda yo lo imite repitiendo fielmente tal como él lo ejecutaba. “Y de esta otra manera”, continuo con la misma pieza, pero ahora en otro punto (tono), y yo volví a imitarlo fielmente. Desde entonces empecé la conquista de piropos en la aldea, y eran merecidos: había pasado con buenas calificaciones en aquel que vino a ser mi primer examen de admisión al mundo de la música. Al poco tiempo, entre los once y doce años de edad, le eche mano a la guitarra de mi hermana Angela, si bien en la realidad y en la practica el instrumento era de toda la familia una tribu en la que casi todos mis hermanos ¡once en total! Y mis padres lo pulsaban día y noche. Como se ve, tenía que ser a la fuerza una guitarra polígama. Curiosamente, en la candelaria el instrumento gozaba de muy especial popularidad en los años de mi infancia, y desde mucho antes en numerosos hogares se habían escuchado punteos y rasgueos, desde abuelos y bisabuelos hasta los últimos vástagos familiares. Lo propio había ocurrido en nuestra casa, en donde comencé a trastear la guitarra, siempre solo, teniendo como única guía artística el propio instinto. Note a mi favor que muchos acordes tenían posiciones idénticas a las del cuatro y observando como lo hacían mis parientes ¡menos mi padre, por ser zurdo!, fui añadiendo en los tonos los dos bajos del cordaje guitarrístico. A excepción de un solo acorde, precisamente el de la dominante de mí, todos los demás no fueron difíciles de vencer, y fue ese el único para el que tuve que pedir orientación: me fue dada por mi prima Alba Julia. Tomado del libro: Al divisar el humo de la aldea nativa: Alirio Días
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